miércoles, 28 de abril de 2010

Ingenua felicidad

No necesitaba saber que era alguien vulgar. ¿Que bien le puede hacer a alguien descubrir su propia vulgaridad?

Esta bien conocer las limitaciones de uno, los fallos, o los defectos, siempre que el conocimiento de estos aporte algo util. Esta bien conocerlos, para aceptarlos, y crecer como persona, y todo ese rollo, pero hay cosas, que es mejor no saber, porque simplemente, no se pueden aceptar.

No querría enterarme nunca de que el número ganador del euromillón se correspondía con el boleto que perdi 3 dias antes del sorteo. No me haría ningún bien que viniese un puto hada y me dijera que si en vez de negarme, hubiera ido a aquella fiesta, habria conocido a una chica famosa, preciosa, y forrada, que me hubiera hecho feliz el resto de mi vida. Mierda, ni si quiera me apetece oir lo extremadamente bien que se lo pasaron mis amigos ayer cuando salieron por la noche mientras yo me quedaba en casa porque estaba aburridamente cansado.

Pero, de este tipo de cosas, simplemente te acabas enterando. Aunque no quieras. Tampoco quería saber que habia algo mucho mejor mas allá de todo lo que yo conocía. No pedí darme cuenta de que mi concepto de felicidad habia sido tan conformista a lo largo de tanto tiempo. No quería descubrir lo parco que resultaba el diccionario si pretendías sacar de él adjetivos que describieran tu belleza.Nunca pretendí descubrir nada de esto, lo prometo.

Pero viniste tú, y me lo enseñaste. Y ahora, soy como ese niño pequeño, que antes estaba tranquilo, pero que, de repente, ve el camión de sus sueños paseando por la zona de juguetes del Corte Inglés, y no para de patalear y llorar para que sus padres se lo compren, porque no puede hacer otra cosa para conseguirlo.

Yo soy como ese niño pequeño. Llevo mucho tiempo pataleando, y llorando sin sentido. Porque te quiero desde que te ví. Te quiero de una manera irracional. Te quiero de una manera visceral, trascendente, existencial, y todos los adjetivos ridículos y sin sentido que le quieras poner detrás. Y además, te quiero para mí solo. Te quiero de la manera más egoísta que te puedas imaginar. No quiero verte feliz junto a otro, quiero verte feliz junto a mi.

Y aunque ya me he cansado de patalear y de llorar, yo, como ese niño pequeño, tampoco puedo hacer otra cosa.

lunes, 26 de abril de 2010

Vísceras

Me levanté. Apoyé mis manos sobre el mismo banco, y me levanté. Una hora antes, algo tan sencillo como levantarme de aquel simple banco, se me antojaba imposible, me parecía ridículo. Una hora antes, cuando el mundo se me había echado encima, creía que moriría ahí. Creía que no sería capaz de soportar la vergüenza y el dolor que me supondría el levantar la cabeza de entre mis piernas, y abrir los ojos. Una hora antes solo existíamos ese banco, y yo. Pero eso era una hora antes.

Después, se me pasó. Simplemente me levanté de aquel banco, y comencé a andar. Al principio, mirando al frente, mirando a nada en especial. Sentía una extraña sensación de paz, de tranquilidad. Algo parecido a esa calma que siente el que no tiene nada más que perder. El que no puede sufrir más. Andaba como si me acabaran de dar una paliza de muerte, de estas que te marcan la cara y te hacen sangrar aparatosamente, y que, cuando acaban, te hacen sentir bien como pocas veces te has sentido en tu vida, cuando por fin puedes notar, en calma, el áspero y frío roce del suelo contra tu mejilla. Andaba como si hubiera acabado de sufrir la derrota mas ineludible que te puedas imaginar, ese tipo de derrota que se ríe a carcajadas de todo el esfuerzo que pusiste para intentar, ingenuamente, evitarla. Andaba sin ninguna esperanza, sin ninguna expectativa. Simplemente andaba. Y estaba bien. Podría haber andado durante horas.

Noté un par de gotas sobre mi cabeza. Era curioso, no habia reparado en lo oscuro del ambiente, en que habia dejado de hacer sol. Era irónico. Era gracioso. Comenzó a llover, pero seguí con el mismo paso tranquilo de antes. Me gustaba la lluvia. Estaba cómodo. Daba igual que pensaran los demás, ahora daba igual, no me fije ni en uno solo de ellos, al contrario de otras veces, cuando sus miradas me reprimían y me ataban. Pero ahora no. Ahora estaba cómodo.

Seguí mi camino hasta el metro. Me dejé llevar todo lo posible por las escaleras mecánicas hasta el andén, y me senté en un banco de piedra, en uno que todavia estaba vacío. Por primera vez en todo mi camino, miré a la gente. Mirar, solo eso, nada más. Simplemente mirar.

Y estaba bien. Hasta que algo amenazó mi tranquilidad. Empecé a sentir asco. Un asco profundo, un asco que aumentaba cuanto más me fijaba en él. La ropa, la postura, la música alta del movil, pero sobretodo su mirada. Me estaba mirando fijamente, amenazante, intentando intimidar, intentando infundir miedo. Me daba un asco indescriptible. Que coño se puede tener en la cabeza para ir por ahí con la única meta de infundir miedo a los demás, de interrumpir su calma, de joder, de hacer el mal, de marcar el puto territorio como si de un puto perro se tratase. En que mierda debe de estar pensando cada vez que hace algo así, en que mierda piensa cada vez que desprecia a cualquier concepto bonito de este puto mundo con su mera existencia. Me encantaría meterme en ese cubo de basura que tienen por cabeza y experimentar por unos segundos lo que les lleva a actuar de esa manera tan repugnante.

Su mirada me reventaba. En otras ocasiones, habría conseguido su propósito, pero ahora no. Hoy no. Hoy simplemente me reventaba. Yo estaba bien, ¿por que tiene que venir él a cambiar eso? No sabe con quien se mete. Algun día se topará con un loco que le tire a las vias del metro. Quizá ese loco pueda ser yo. Estaría bien. Volvería a estar bien. Tirar a ese gilipollas a las vías del metro. Le haría un favor al mundo. Me encantaría tirarle.

El gilipollas apartó la mirada, a la vez que aspiraba los mocos, haciendo un gesto de tipo duro. Menudo tipo duro de mierda. Pero que te puedes esperar de un tío que se compra las camisetas con brillantes de la sección de mujer.

Por fin, el metro llegó. Volvia a estar bien. Me quedé de pie, en el fondo, apoyado en la pared. Dos paradas más tarde, decidí sentarme en el suelo. Desde ahi, reparé en una chica. Me llamó la atención poderosamente.

Era tremendamente fea. Tendría apenas 18 años. Estaba gorda, pero gorda de verdad, de esas gordas que no dan lugar a ambigüedades a la hora de usar un adjetivo sobre su peso. Gorda, como poco. Llevaba unas gafas a medio camino entre culo de vaso y gafas de abuela que no le favorecian nada a sus ojos extremadamente pequeños y separados. Tampoco su nariz estrecha y con aspecto de estar mal acabada al final le hacía ningún favor, pero lo peor era su boca. Su boca, con dientes medio amarillos, y alargados como si de las teclas de un piano desgastado se tratasen, era lo que la mataba definitivamente. Esa boca que hacía de su cara una eterna y perpetua mueca que no inspiraba más que estupidez y fealdad a cada segundo que era observada. Si, lo peor era la boca.

Se me empezaron a revolver las tripas. Dios. Que haría yo si naciese así. Que hace nadie cuando nace así de mal. La chica se debería suicidar. Quizá reviva, y nazca con otro cuerpo, y pueda disfrutar antes de una segunda oportunidad. No sé, yo es lo que haría. Es una posibilidad remota, pero hay que intentarlo. Cuando naces así, no hay más.

Ese día me fui a la cama dándole vueltas al tema. Imáginate por un momento que naces así. Que nada más nacer ya estas muerto. Ya eres mierda. Joder, yo si fuese asi de feo, me suicidaría. O eso pensé en ese momento, mientras, simplemente, cerraba los ojos, y me dormía, solo me dormía...

miércoles, 21 de abril de 2010

Detrás de la puerta

Lo confieso. No he dejado de hacerlo. Siempre a escondidas, cuando nadie me ve, lo he seguido haciendo todo este tiempo. Todos y cada uno de los días de todos estos años, sin excepción.

Lo sé, es terrible. Por eso me escondo, lo oculto. Que pensarían si me vieran haciendo tal aberración. Quién se lo podría imaginar. Quién me podría comprender. Quien me podría aceptar, quién me podría no juzgar.

Nadie. Es imposible. Es de esas cosas que solo te atreves a hacer cuando tienes la certeza de que nadie te ve, cuando tienes la puerta cerrada, con el pestillo echado, y estás solo en casa. Porque de otra manera, si te pillaran, sería demasiado vergonzoso. Es algo tan deleznable, que ni siquiera lo dices en alto, porque si te lo callas, parece menos real, parece que no existe, que no ocurre, que no pasa. Solo oírlo, aunque sea de tu propia voz, te ruborizaria, y te asquearía. Pero en el silencio, en la oscuridad, se hace más llevadero, se diluye. Parece que si no lo dices, nunca ha pasado.

Y piensas, que quizás, si lo dejás ahí mucho tiempo, un día, por arte de magia, dejará de ser real de verdad. Desaparecerá. Se te olvidará. Y dejarás de hacerlo. Y dejarás de atormentarte por ello.

Pero nada más lejos de la realidad. Es como meterse completamente debajo de las sábanas cuando creemos que hay un monstruo en la habitación. Es como montar una fiesta de máscaras habiendo un asesino en serie suelto por el típico instituto americano de las pelis. Es algo como eso. Es algo ridículo. Solo que en este caso, es peor. En este caso, el monstruo, es de verdad. En este caso existe. Y, si le das la espalda, te aseguro, que te comerá.

Te lo digo por experiencia. Y si no sabes de que te estoy hablando, entonces, deberías darte la vuelta ahora mismo.

lunes, 19 de abril de 2010

"Te quiero"

El amor duele porque la gente no sabe lo que es. Y como la gente no sabe lo que es, no sabe cuando quiere, o cuando deja de querer. Y se rompen expectativas, y se acaba mintiendo sin querer, y al final, todo malo. Todo, por no identificarlo.

Y se nota fijándose en los momentos en los que lo expresan. En los momentos en los que se dice el tan tópico "Te quiero". Tan sencillo, y tan mal dicho. Y es que no solo es tópica la expresión en si, si no que las situaciones en las que se presenta lo son aun más, y se convierte en algo desdibujado e irreal.

Está muy bien decir "Te quiero" en cada mensajito bonito que escribes. Esta bien decirlo dando un paseo un dia soleado de verano por el Retiro justo después de haberla dado un beso en los labios. Esta bien decirselo mientras, después de una noche romántica, la desnudas, descubriendo cada milímetro de esa piel blanca que temes como el primer día y que solo te sientes capaz de recorrer con una suavidad y adoración estrictas que unicamente se dedican a las cosas más bonitas. Esta bien decirla un "Te quiero" cuando, después de veinte minutos de más, la ves aparecer, resplandeciente, desentonando con cada rostro común y simple que sale del metro, y con una sonrisa dedicada que da sentido a los veinte minutos de más, y a los 20 años que llevas de vida. Está bien decir "Te quiero" antes, durante, y despues de un polvo de esos de los que incluso son capaces de darle una trascendencia que no se merece a aquella cancion de Alejandro Sanz donde cantaba eso de "es una experiencia religiosa".

Decir "Te quiero" en esas ocasiones, esta bien. Esta bien, pero es facil. Y lo fácil, no vale mucho.

Di "Te quiero" después de un punto y seguido en forma de portazo. Dilo en esos malos días suyos en los que la mandarías a tomar por culo por no hacerte ni caso. Dilo cuando te grita defendiendo una causa irremediablemente equívoca y defendida sin razón alguna. Diselo cuando te deja con el calentón porque ella decide cuando sí, y cuando no. Diselo cuando te ofende por no saber apreciar ese detalle que con tanto esmero habías encontrado para ella. Diselo cuando a ella se le olvida decirtelo.

Diselo, diselo con cada detalle y con cada gesto que de ella quieres, cumpla o no los ideales que se supone tiene que cumplir siempre. Diselo así, porque, decirlo cuando un puñado de hormonas recorre nuestro cuerpo, nos encoge el corazón, y nos corta la respiración...Lo hace cualquiera. Y tu, lo que quieres decirla, no es solo que la quieres, sino que la quieres como nadie puede hacerlo.

PD: En primera persona hubiera quedado mejor, pero tengo cierta tendencia a hacer ensayos a lo filosofico, algun dia lo cambiaré...

martes, 13 de abril de 2010

Hastío

Piensa en uno de esos dias malos, oscuros, frenéticos hasta llegar al caos perverso, uno de esos días que solo pueden recordarse grises porque los colores no quieren ensuciarse pintando tal aberración. Uno de esos dias que resultan casualmente fatídicos despues del cúmulo de despropósitos más inverosímil que te haya podido acontecer. Uno de esos días que simplemente son malos, porque sabias que asi seria desde el primer momento en el que fuiste consciente de que estabas en él.

Resumiendo. Piensa en un dia de putisima mierda, un dia insalvable en todos los sentidos, un dia feo, repulsivo. Todos hemos tenido ese tipo de dias. Y todos, alguna vez, sabiamos al levantarnos de la cama, que nos esperaba un dia asi.

Y es duro. Es duro madrugar, levantarse cansado, y hacer frente a este hecho. Es duro estar en la cama y despertarse al sonido de la alarma, una alarma que te suena más como un burlón y molesto pistoletazo de salida, un pistoletazo que marca el comienzo de una agónica carrera. Y por agónica no me refiero a competida, si no a que sabes que te caerás a mitad de ella y que el público se va a reir de ti, pero que acabarás aunque sea arrastrandote y sin voluntad, porque no hay otro camino, porque la tienes que acabar.
Es duro arreglarse delante del espejo sabiendo que la cara de asco no te la vas a dejar de ver en todo el dia, peines como te peines. Es duro desayunar, aunque sea solo media galleta María cuando estás en algo que te da tanto asco que casi quieres vomitar. Es duro salir por esa puerta, y pensar, que solo te acabas de levantar, que el dia acaba de empezar, que el refugio de tus sábanas lo dejas atrás, y que no podrás volver a él hasta dentro de lo que sabes te parecerá una eternidad.

Y más duro es, volver, y saber, que las mejores escasas 7 horas del día, son las que pasas dormido, hasta el dia siguiente, que será igual.